19 de septiembre de 2012

Etapa 10. Ferreira-Arzúa. 36,4 km.


Esta noche por fin he dormido bien. Hasta los ronquidos eran más suaves. Nos hemos levantado y hacía frío. El desayuno en las máquinas no resulta muy satisfactorio. Hay poco sitio, las máquinas tienen poca variedad y además son caras.
Salgo bien abrigada. El cielo está cubierto, hay niebla y sopla fuerte el viento. Cuando se disipó la niebla se quedó un día precioso, una agradable mañana otoñal. El viento soplaba en las copas de los árboles y el camino era muy chulo. Algunos tramos por carreteras, pero vacías de coches.


Para llegar a Melide desde Ferreira toca subir al principio y luego bajar algo más

Como Fernando iba bastante “cohito” avanzábamos muy lentamente. Le insistí varias veces en coger un autobús, incluso una señora salió de un casa y le ofreció llamar a un taxi para que lo acercase hasta Melide, pero él insistía en ir a pie, es lo que tiene el camino, se pone el cuerpo a prueba y se le exige hasta límites insospechados, es un reto.
Mica también iba ya con las dos rodillas hechas polvo. Javi nos acompañaba, yo creo que para darnos apoyo moral, porque él iba bastante fresco y la verdad es que así íbamos muy entretenidos y entre bromas no se pensaba tanto en el dolor.




Paramos a tomar el desayuno en un bar bastante nuevo y bonito, a unos 4 ó 5 Km. del albergue, pero el camarero era más lento que un desfile de cojos. Cada vez que le pedíamos un bocadillo, desaparecía por una puerta y tardaba un buen rato en volver, y eso que los bocadillos eran de pan con embutido, nada que tuviese que preparar. Igualito que los bocatas de Parrillada As Searas…y encima, bastante caros.

Después de ir subiendo por una bonita ladera, encontramos unos carteles muy “hippies”, incluso el mojón estaba decorado con los colores del arco iris. Poco después encontramos una mesa abastecida de viandas: leche, termos con café, té, galletas, fruta... y un pequeño Buda sobre un plato para que dejes la voluntad, por si te apetece parar y tomar algo allí. Esto no lo he visto por el camino Primitivo, (porque ya considero que casi no vamos por el Primitivo, sino por el Francés) y parece que a partir de ahora va a ser más habitual.







En Vilamayor otro cruceiro y una reconfortante fuente. A menos de 1 km en nos esperaba el resto del grupo en el bar Carburo

A media mañana llegamos al bar Carburo, junto a la carretera, y allí estaba el resto de la cuadrilla tomando unas cervezas. Habíamos tardado mucho en llegar y ya llevaban allí un buen rato. Debieron de verle muy mala cara a Fernando, porque en el momento de partir le pidieron la mochila y entre unos pocos se repartieron sus cosas. ¡Le dejaron la mochila como un globo desinflado! ¿No me digas que no es un gesto bonito? A mí al menos me llegó al alma. Con lo que pesa una mochila, encima añadirle más peso... ¡Estos chicos son la leche! 

Al cruzar por Hospital das Seixas seguimos por el duro asfalto a duras penas

Por medio de la carretera, machacándonos los pies, avanzamos pasito a pasito


Aunque más ligero de peso, seguíamos a ritmo lento, ya veríamos que hacíamos cuando llegásemos a Melide, que todavía faltaban unos 7 Km. Los compañeros salieron a su ritmo y al poco ya no les veíamos el pelo. Nosotros, a nuestro paso, íbamos dejando atrás aldeas, carreteras y caminos.



Así llegamos a Melide y tomamos un atajo para ir a parar directos a la archiconocida Pulpería Ezequiel. Es un local bastante grande con mesas largas y bancos corridos y había bastante gente, pero aun cabían muchas más.




Pasamos al fondo buscando al resto del grupo pero todavía no habían llegado, cosa que nos extraño bastante, ya que iban más rápido que nosotros. Cogimos una mesa al fondo Mica, Javi, Fernando y yo. Al poco rato llegó el resto. Habían estado esperándonos bastante rato en la puerta de la iglesia, lugar por donde pasa el camino, pero como nos desviamos antes, pues no coincidimos.
Fue un malentendido que se aclaró enseguida y rápidamente olvidamos para pasar a lo que nos llevó hasta allí: comer pulpo.
 

Los platos de pulpo se van amontonando...

Mientras nos acomodábamos se marchaba un grupo de ciclistas-peregrinos que eran de Málaga. Los saludamos, charlamos un rato con ellos y nos hicimos unas fotos, pero como no intercambiamos direcciones, pues no se las podremos enviar.


Con los ciclistas malagueños


Ni que decir tiene que nos dimos un festival de pulpo, una ración detrás de otra, acompañadas de un estupendo pan gallego y vinito blanco en grandes tazas. ¡Qué bien lo pasamos!





Después nos invitaron a unos chupitos de licor y brindamos por tropogésima vez con el brindis que nos regaló Chusmari y que entonábamos a la menor ocasión ¡Txirriasca!
Al marcharnos nos despedimos de Roberto, el asturiano, que se quedaba allí, y prometió alcanzarnos en Santiago.

Ahora íbamos camino de Rivadiso y al poco nos encontramos el mojón que nos indicaba 50 Km. para llegar a Santiago. Vamos ya inmersos totalmente en el Camino Francés ¡parece mentira lo poco que queda! 







Esta parte del camino es muy bonita. Abunda la vegetación, los arroyos, las fuentes, las construcciones tradicionales…hasta hemos visto a una señora lavando la ropa en un lavadero. Yo le he preguntado que si tiene lavadora y me ha dicho que sí, pero que le gusta más ir a lavar al lavadero. También han cambiado un poco los mojones, ahora la concha peregrina está para abajo.



La verdad es que yo temía que nos íbamos a encontrar mucha más gente por este camino, pero no se si es que ya era tarde o por cualquier otra causa, lo cierto es que el camino estaba bastante tranquilo.



Vimos algunos tenderetes de fruta en los que tú coges lo que quieres y dejas allí el dinero, no hay nadie a cargo (o al menos que nosotros veamos). Los compañeros se han vuelto a adelantar y nosotros vamos detrás. 



Ya estamos a menos de 6 kms de Ribadixo da Baixo, que es donde está el albergue en el que queremos pernoctar. Esto es Boente, un cruceiro y la fuente da Saleta


Cuando divisamos el bonito paisaje de Rivadiso da Baixo nos alegramos un montón, porque los lesionados iban fatal. Pensamos que los compañeros ya nos habrían cogido sitio porque el albergue de la Junta tiene 70 plazas y enfrente hay otro privado con 56.
Parecía que llegábamos a Xanadú: un precioso puente medieval sobre el cristalino arroyo Iso, en el que grupos de jóvenes se daban un remojón, altos árboles, el antiguo Hospital de Peregrinos de San Antón convertido en Albergue dentro de cálidos edificios de piedra…un entorno perfecto para acabar la jornada.


Albergue de Rivadixo da Baixo


Pero nuestro gozo en un pozo, cuando llegamos al albergue encontramos a los compañeros con las caras abatidas ante la sorpresa de no encontrar camas ni en uno ni en otro albergue. Nos han dicho que desde antes del mediodía estaba ya todo ocupado.
Empezamos a notar las primeras consecuencias del Camino Francés, el montón de gente desde muy temprano haciendo cola en los albergues. La perspectiva era poco halagüeña, caminar hasta el siguiente albergue, cosa que a Fernando y a Mica les parecía ya misión imposible.
Menos mal que allí estaba Joan, con sus superpoderes tecnológicos que resolvió la papeleta a satisfacción de todos. Llamó a un albergue privado de Arzúa, reservó las camas y pidió que viniesen a recoger a los más “estropeados”, Mica y Fernando.
La furgoneta llegó rápidamente y, además de los pasajeros, se llevó nuestras mochilas (todas menos la de Alberto, que quería ir “puro 100%”). Todos los demás las soltamos de muy buena gana.
Ahora nos tocaba alargar la etapa hasta Arzúa, algo más de 3 Km. Mika y Fernando se fueron la mar de aliviados y nosotros, ya sin el peso de las mochilas a la espalda, íbamos con una sensación más rara… era como ir desnudos.




La salida de Rivadiso fue un poco liosa. Las flechas amarillas indicaban una dirección, y las conchas la dirección contraria. La gente iba y venía, y tras un rato de duda, volvimos sobre nuestros pasos y fuimos por el que parecía menos lógico…pero así era.
Tras pasar por debajo de un túnel fuimos todo el rato junto a la carretera, hasta que llegamos a Arzúa. Este pueblo tiene lo que yo llamo el “aire del francés”. Mucha gente con aspecto peregrino, pero no me parecen peregrinos como nosotros, los veo distintos, ajenos, más bien tirando a turistas. Todo está lleno de bares, supermercados, albergues, pensiones…todo un pueblo al servicio del peregrino/turista del Camino de Santiago.

El albergue al que íbamos se llama Los Caminantes II. El dueño nos trató con mucha amabilidad. Nos selló las credenciales, nos cobró 8 euros y por 50 céntimos más nos daba sábanas de tela. También nos reservó camas para la etapa siguiente, en Pedrouzo, en otro albergue privado de su propiedad.
Este alberque es mucho más grande que los anteriores. Oficialmente tiene 28 plazas, en una sola sala, junto a la recepción, pero para llegar a nuestro dormitorio tenemos que atravesar esa sala (me imagino que será bastante molesto para los que duermen ahí) y bajar una escalera. Estamos en el sótano.
Es bastante amplio y podemos coger las camas que queramos, de arriba o de abajo, porque están todas libres y hay muchas. A Mica y a mí el agradable olor del ambientador no consigue enmascararnos el olor a cañería. Parece un cuartel. Los servicios y las duchas están arriba, eso sí es una incomodidad.
También tienen internet y lavadora. Como nos el dueño nos ha dicho que en el albergue al que vamos mañana hay lavadora y secadora, preferimos dejar la colada para mañana.

Después de ducharnos (hay pocas duchas para tanta gente) nos disponemos a salir para cenar. Faltan solo 2 días para llegar a Santiago y mira por donde  ¡hoy me ha salido la primera ampolla! Chusmari se ha reído mucho al vérmela, dice que eso ni es ampolla ni es ná, claro que comparada con las suyas y las de Mica, la mía es verdad que da risa.

Como aquí hay muchos bares y restaurantes, no nos rompemos la cabeza y nos metemos en un bar-mesón cerca del albergue. Se llama Venus. Nos han atendido muy amablemente y nos ha acoplado en unas mesas a la entrada, donde estamos bastante tranquilos. Hemos comido muy bien y barato, aunque ahora solo me acuerdo del caldo gallego, que después de un día tan largo, tenía el efecto de un bálsamo reparador.

Volvemos al albergue pensando en que la jornada de mañana será corta, unos 20 Km., y con cama segura, lo que nos da bastante tranquilidad. En el dormitorio se escucha el ruido de la calle y Mica, que ha cogido la cama más cerca de la ventana se muere de frío.
Me acuerdo del albergue de Alejandro, tan pequeñito, tan acogedor, tan primitivo…
Ahora parece que queda tan lejos…





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