21 de septiembre de 2012

Etapa 12. Pedrouzo-Santiago. 19,8 km.




A las 5 de la mañana empieza la gente a armar jaleo en el albergue. Entran y salen de la habitación y la puerta no para. Javi ha cogido la litera que hay justo al lado de la puerta y está más que harto, sobre todo por los golpes que hay que dar para que se cierre.
Yo creo que estamos todos despiertos desde bien pronto. Aun así, esperamos que sean al menos las 7 para levantarnos. Hoy también son pocos Km.  y no tenemos prisa, pero ya hemos decidido no parar en tantos bares como ayer y hacer las paradas más cortitas, ya habrá tiempo de relajarse en Santiago…
Hemos desayunado en un bar junto al albergue. Estaba bastante lleno y hemos tardado un ratito en terminar. El cielo está bastante cubierto, aunque todavía es de noche y no se ve bien. Conforme va amaneciendo empiezan a caer las primeras gotas de lluvia, las primeras desde que hemos entrado en Galicia. Hoy vamos en la retaguardia Chusmari, David, Mica, Fernando y yo. Vamos sin prisa pero sin pausa. Hemos tenido que parar para sacar los chubasqueros y las fundas de las mochilas. Mica se alegra de que llueva y dice que ver Santiago sin sus calles mojadas de lluvia no tiene la misma “gracia” y yo estoy de acuerdo con ella ¡¡¡queremos ver las calles de Santiago mojadas!!! y viene a mi memoria la canción de Luar Na Lubre, Chove en Santiago ¡oh, qué bonito por dió!

La etapa de hoy es un poco más “movidita” que las anteriores, tiene más subidas y bajadas, aunque no muy fuertes. La primera parte del camino es bastante bonita, pero con la lluvia y la neblina no se aprecia bien.



Poco a poco nos acercamos a Lavacolla, donde tenemos previsto parar a tomar el segundo desayuno, a unos 10 Km. de Pedrouzo. Muy cerquita del aeropuerto nos encontramos un monolito con la concha peregrina y aprovechamos la ocasión para hacernos una foto. Yo llevo la cámara a mano, pero con la lluvia no he podido hacer ninguna que merezca la pena. Ahora ha dejado de llover y es el momento ideal. Seguro que aquí se para “tó dios” para hacerse fotos. Parece que a partir de aquí es cuando se acentúa ese gusanillo de saber ya tan cerca la meta…También es como si a la vez de estar deseando llegar, no quisieras que se acabara nunca, y el camino se alargara y alargara, siempre haciendo el camino, sin llegar nunca al destino ¡Qué sensación tan contradictoria!



Seguimos avanzando hacia el aeropuerto, rodeamos la pista y nos dirigimos hacia la población de San Paio. Aquí hay bastantes alojamientos, tenderetes de regalos y productos típicos,  en general se ve todo muy turístico. Los edificios están muy cuidados y hay una bonita iglesia en lo alto de una larga escalinata. Bajando esa escalera encontramos un cruceiro un poco antes de llegar al hotel-restaurante donde estaban desayunando los compañeros.

Este sitio lo conocía Joan de la otra vez que estuvo aquí, y se quedó con ganas de repetir los huevos con chorizo, así que allí estaban manos a la obra, con una cara de felicidad…Nosotros hicimos otro tanto, cuando algo es bueno no hay que hacer experimentos. Ya se nos puso también a nosotros cara de felicidad, con la barriguita llena, tan cerca de Santiago, sabiendo que dentro de poco llegaríamos, y todos juntos otra vez.

No se si era la sensación general, pero Mica y yo estuvimos comentando cómo nos gustaría que entrásemos todos juntos a la Plaza del Obradoiro, sería como la guinda del pastel. Sea como fuere, la cosa es que ya no nos volvimos a separar (me da que en el fondo, todos teníamos ese mismo sentimiento).


Después del fantástico desayuno seguimos ruta, por los márgenes de la carretera y subiendo. Una parte del camino fue muy bonita, bajo una bóveda de árboles resguardados por un muro cubierto de musgo. Una vez pasado están las instalaciones de la televisión y el camino pierde todo su encanto.

Al poco rato llegamos al Monte do Gozo. En lo alto del montículo (desde donde se supone que se ven las torres de la catedral pero que en realidad no se ven), hay un monumento ¿feo? Nooooo, feíiiisimo.



Pero nuestro verdadero gozo fue encontrarnos allí a ¡¡¡Roberto!!! nuestro asturiano, que se nos quedó dos días atrás en Melide. Fiel a su costumbre, al rato volvió a desaparecer y nosotros fuimos a hacernos unas fotos de grupo delante de…”esa cosa”.

Para seguir camino nos metimos por la zona de la “ciudad vacacional” de Monte do Gozo, unas instalaciones inmensas, con albergues público y privado, donde las habitaciones al parecer son exactamente las mismas en uno que en otro, solo varía el precio. Está distribuido en pabellones al borde de una calle central, todo muy ordenado, muy nuevo, y muy muy vacío. No vimos un alma por allí, parecía un pueblo fantasma.



Esta mini ciudad tiene más de 500 camas, zona de acampada, piscinas, zonas verdes…En una de las plazas hay una fuente con una escultura que me ha hecho mucha gracia por dos cosas, primero porque creo que es la postura más típica de la mayoría de peregrinos y peregrinas, esa expresión de ¡ay mis pies como me duelen!, y segundo porque es una mujer, hasta ahora todas las referencias a peregrinos eran masculinas. Y ya solo estamos a 4 Km. de Santiago.



Ahora vamos bajando unas cuestas un poco más pronunciadas. A la salida del complejo turístico nos encontramos con la casa-taller-museo del artista José Cao Lata, y desde la verja pueden verse un gran número de esculturas en piedra con aspecto tradicional pero con motivos de lo más raro. A mi me pareció que transmitían esa tristeza que impregna la piedra gallega.



Ya estamos entrando en Santiago, primero cruzamos un largo puente sobre la autovía, luego pasamos el barrio de San Lázaro, luego la Rua dos Concheiros, luego la Rua de San Pedro, ¡ya vemos la catedral al fondo! Estamos en pleno casco histórico y me está pareciendo muy bonito. Tengo ganas de sacar fotos a todo, pero me modero pensando que tenemos toda la tarde y todo el día de mañana, pero es como un gusanillo de no querer perderme ni un detalle de estos momentos tan especiales…




La catedral cada vez está más cerca y al poco llegamos a la Plaza de la Inmaculada, toda rodeada de edificios impresionantes, entre ellos la catedral por su fachada de la Azabachería, y bajando, una ligera cuesta nos conduce hacia un arco de cuyo interior salen las notas de una música antigua…¡qué recibimiento más guay!



No hay tanta gente como yo esperaba, pero es que es la hora de la misa del peregrino, y están todos dentro de la catedral. Está nublado y ya no llueve. Por fin entramos en la Plaza del Obradoiro. Estamos todos muy emocionados, pero no de llorar ni nada de eso, algo así como ¡bueno, pues ya está, ya hemos llegado! Casi toda la gente que conozco me había dicho que este momento era los típicos que se te saltan las lagrimillas, pero a nosotros, nada, ¡qué poco tiernos somos!



Mientras esperamos que nos llegue la emoción, aprovechamos para hacernos muchas fotos delante de la catedral, desde arriba, desde abajo, en grupo, independientes… ¡Por dios, qué bonita es esta catedral! Hay turistas, ciclistas, más peregrinos, y también se nos acerca gente ofreciéndonos publicidad de alojamiento.  Mira por donde, al rato acabó la misa y empezó a salir bastante gente, y ¿a qué no sabes a quiénes vemos venir? Pues a los alemanes, Manfred y Peter, ¡qué alegría volver a verlos! Ya creíamos que no los veríamos más. Manfred se había afeitado la barba y no tenía puestas las gafas, estaba transformado. Después de un rato de charla nos despedimos y nos fuimos a recoger nuestras Compostelas.



Yo en un principio no tenía gran interés en tener la Compostela, para mí lo importante era hacer el camino y pensaba que tener un papel que lo acreditase no me aportaba nada, pero una vez que te metes en faena…Nos fuimos todos a la oficina del peregrino, que está por detrás de la catedral, en la Rua do Vilar. Es un edificio antiguo con un patio interior en que, entre otras cosas, se ofrece a los peregrinos un servicio de consigna para las mochilas y además te ofrecen toda la información necesaria.
Esperamos un buen ratito en la cola, ¿y a quién nos encontramos allí? a los madrileños, que salían diciéndonos muy orgullosos que habían llegado antes que nosotros, les faltó decirnos ¡Chincha rabiña! Que os hemos ganado. Qué pena tomarse el camino como una competición. Rápidamente nos olvidamos de ellos y subimos las escaleras que llevan al mostrador donde te dan la Compostela. Las hay de dos tipos, la religiosa y la atea.




La “auténtica” Compostela, claro está, es la religiosa, la atea es una especie de certificado al que se le da mucho menos valor. Para darte el documento te hacen una serie de preguntas que ya vienen en un cuestionario que también tienes que rellenar. Lo fundamental es distinguir entre las motivaciones que te han llevado a hacer el camino: por fe religiosa-cristiana, por motivos espirituales, por deporte, por turismo…y haber realizado a pie los últimos 100 Km. o 200 en bici o a caballo. Mica decía que como dudaran de si había hecho los últimos Km. a pie, se los iba a subir al mostrador para que se los viesen, ja ja. Si te dan la Compostela, la cristiana, te ponen tu nombre así muy bonito y en latín. El certificado es más sosito.

En el mostrador hay unas huchas para que pongas donativos y nada más salir de la sala del mostrador, te ofrecen, por 1 ó 2 euros, un tubo de cartón para que metas el papel y no se te estropee.
En la cola había mucha gente de todos lados con las mochilas a cuestas como nosotros. Mica charló un rato con unas chicas que eran de Almería.
Goyo  también conversó con otras chicas de la cola que iban muy contentas con unos ramos de plumeros de la Pampa, y les dijo que no deberían llevar esa planta tan invasiva soltando semillas por todos lados, ¿quién puede pensar que una planta tan bonita puede ser tan dañina?, se les quedó una carita…

Una vez conseguimos todos nuestra acreditación, ya estábamos listos para irnos a buscar el albergue. Lo habíamos reservado el día anterior. Se lo habían recomendado a Alberto y por internet se le veía muy buena pinta, estaba muy cerca de la catedral, tenía un bonito jardín y ¡no tenía hora de cierre!, eso era lo mejor, porque eso de salir la última noche que estábamos juntos y recogernos a las 10…como que no.


Este albergue era el más caro, 15 euros por barba, pero cuando reservamos nos dijeron que nos iban a poner a todos juntos en el ático, todo para nosotros, todos en camas bajas, nada de literas, y que allí estaríamos muy bien. Eso nos gustó. Aparte de nosotros, también estaría una amiga de Joan que venía desde Sarria y continuaba camino hasta Finisterre. Porque no se si ya te lo he dicho, pero no todos empezamos el camino en Oviedo y no todos lo terminamos en Santiago. Resulta que Alberto, David, Javi y Joan siguen hasta el “fin del mundo”, el verdadero final del Camino de Santiago. A ellos se unen Inma, la amiga de Joan, y Dina, una amiga de Alberto que llega mañana, y piensan continuar ruta el domingo (hoy es viernes).




Como te iba diciendo, nos dirigimos al albergue, que se llama Roots and Boots. Tardamos un buen rato en encontrarlo porque no estaba tan cerca de la catedral como decían. Al menos estaba en una calle tranquila. Está en un edificio bastante antiguo y muy poco cuidado. Una vez dentro, en la planta baja está la recepción-barra del bar, en un pasillo más bien estrecho. Junto a la escalera, otro pasillo nos lleva al jardín. Aquí puedes desayunar y comer algunas cosas.
Se ven las paredes desconchadas y con bastante humedad. Lo mejor de todo es que, con cara de “voy a hacer una gracia”, nos dice que el ascensor está estropeado ¡pero si no hay ascensor!, y es que para llegar a ese ático exclusivo para nosotros hay que subir ¡tres pisos! Menudo rollo. Bueno, hacemos de tripas corazón y subimos.
El ático es una pequeña habitación con las camas tan juntas que no caben ni las mochilas entre ellas, las tenemos que poner en el pasillo dificultando bastante el paso al único aseo, que está al fondo, donde solo hay una ducha muy estrechita y no tiene ni donde colgar las toallas. Eso sí, nos han dado toallas y sábanas. ¡Aaaaay Herminia, cómo me acuerdo de tu ducha!



En general bastante cutre para el precio que tiene. No se como estarán el resto de habitaciones de las demás plantas, pero el ático para 10 no es nada recomendable. Por muy poco más podíamos haber dormido en una buena pensión con habitaciones y baños en condiciones, pero bueno, siguiendo en nuestra línea de no dar importancia a esas cosas y tomárnoslo todo con el mejor ánimo posible, nos acoplamos como mejor podemos y se acabó. Desde luego lo mejor que tenemos son las preciosas vistas a la catedral. Después de todo ese jaleo hemos salido a comer. Ya se nos ha hecho un poco tarde y cerca del albergue solo hemos visto un bar con menú, pero a mí no me gustaba mucho. Anduvimos un rato buscando otra cosa pero no la encontramos, así que al final fuimos allí. El menú de 9 euros era muy normalito, pero nos atendieron muy bien y estábamos cerca del albergue.

Hemos vuelto al albergue para asearnos y salir de paseo. Para no tardar mucho nos hemos repartido por los baños de las demás plantas (que por cierto, tenían un poquito de mugre acumulada). En el nuestro los chicos han hecho un colgador de ducha improvisado con una percha de alambre, ¡están hechos unos MacGiber! Para entrar y salir nos han facilitado una tarjeta con una clave con la que podemos acceder a cualquier hora. Algunos de los compañeros se van a ir a la estación de autobuses para dejar solucionado el problema de la vuelta. Mañana sábado a primera hora se van Chusmari y Goyo en autobús. Fernando y yo nos vamos mañana por la noche en avión, y Mica se va el domingo por la mañana en autobús. Si no fuese porque ya tenemos los billetes de avión ¡nos íbamos con los chicos a Finisterre! sin pensarlo.


Torre Berenguela o del Reloj, desde la Plaza Quintana

En la salida de la tarde nos hemos dispersado. Cada uno cual ha ido a su bola. Nosotros nos hemos juntado cuatro, Javi, Mica, Fernando y yo, y hemos ido a recorrer la cuidad. Santiago me parece una ciudad preciosa. No se como será el resto, porque apenas lo hemos visto cuando veníamos entrando a la ciudad, pero el casco histórico es una pasada. Rezuma historia en cada piedra. Sus calles están llenas de vida. Los peregrinos se mezclan con los turistas y los vecinos en un continuo deambular de gentes.

Nuestros pasos se iban dirigiendo hacia la catedral. Impresiona lo grande que es por fuera. Cuando entramos al interior yo esperaba que fuese tan grande como por fuera, pero lo cierto es que me dio la impresión de que era más pequeña. Aun así, ¡qué maravilla! Lo que más me gusta son todos esos detalles en los capiteles, en las columnas, los personajes tallados, sus caras, las escenas grotescas para asustar a los fieles…un paseo de lo más entretenido. También nos acercamos a ver el Pórtico de la Gloria, pero no nos pudimos acercar mucho, ya que esta todo rodeado con una valla para que nadie se acerque a dar los tradicionales cabezazos que al parecer están deteriorando la piedra.  


Fachada barroca de la Plaza del Obradoiro

Mica nos dice que otra tradición es ir a dar el abrazo al santo y ver la cripta donde está la urna con los restos del apóstol. No es hora de misa, pero dentro del templo hay mucha gente, unos rezando, otros paseando. Unos guardias de seguridad no paran de dar vueltas. De vez en cuando por unos altavoces recuerdan al público que guarde silencio, pero aun así no deja de oírse el murmullo. Para llegar a abrazar al santo hay que hacer cola. Ya que estábamos allí nos esperamos. Hay que subir unas escalerillas y pasar por detrás de la imagen del santo que mira desde el altar hacia la nave central. Mica me decía que al santo hay que abrazarlo, porque ya veíamos la gente que estaba más cerca y simplemente pasaban de largo tocándole ligeramente el hombro con la mano o dándole un beso en la espalda. Conforme nos acercábamos Mica me insistía ¡tú abrázalo!, así que cuando llegó mi turno me abracé al santo. La figura del santo está cubierta con una capa dorada llena de pedrería y para abrazarlo, con mi poca altura, mis brazos abiertos apenas abarcaban toda la espalda. Apoyé la cabeza y cerré los ojos para abstraerme de toda la gente de alrededor y poder “encomendarme al santo”. ¡Ooooohhhh! Ese momento si que me emocionó.
Estuve todo el rato que me hizo falta recordando a mucha gente, aun sabiendo que había una larga cola detrás, pero no podía irme sin pedir por todos mis seres queridos, vivos y muertos, pensé algo que se parecía mucho a una oración. Cuando salí por la otra escalerilla y al poco bajaron los demás no podía contener las lágrimas. Aunque no me considero creyente de la iglesia católica, creo que sentí algo así como un “sentimiento religioso” o místico, realmente no lo se, solo sé que me hizo sentirme bien.
Después de eso fuimos a ver la cripta, para lo que también hay cola y que está detrás del retablo principal. Volviendo a rodear la nave central, a la izquierda, está la entrada al Pazo Gelmírez, que forma parte de la catedral y es donde se expone el Códice Calixtino. Está en una sala con muchas medidas de seguridad.



El recinto es románico y tiene una amplia sala, no muy alta, con las paredes blancas y bóvedas que van a descansar en unas ménsulas muy chulas. Talladas en piedra, representan escenas de un banquete, al parecer de la boda de Alfonso IX, y todos están felices y sonrientes, tocando música, comiendo…nada que ver con otras siniestras representaciones que se ven en la catedral.

A la salida pasamos otra vez por la plaza del Obradoiro. Tenía un aspecto inusual, tanto que hacía más de 20 años que el Rali de Galicia Histórico no partía desde Santiago. Estaba llena de coches de competición y todos los pilotos allí con sus monos de cuero mezclados con mucha gente curioseando entre los deportivos. Mica reconoció enseguida a Santi Cañizares, que participaba con su Porsche 911 blanco. La carrera empezaba a las 19:30.




Poco a poco nos fuimos juntando todos otra vez en la Plaza Quintana, donde está la fuente de los Caballos, y decidimos que ya era hora de unas cervecitas. Primero nos sentamos en  una terraza de una plaza muy tranquila. Mira por donde, pasa por allí un grupo de gente encabezados por el ministro de justicia Ruiz Gallardón. Mañana se casa aquí su hijo. Famosillos aparte, nos tomamos unas buenas cervezas.



Después nos fuimos a buscar El Gato Negro, un bar muy frecuentado por los lugareños, nada de turisteo, especializado en productos típicos: queso de tetilla, pimientos, almejas, berberechos... Cuando lo encontramos entramos y nos quedamos en la zona de la barra. En el fondo tiene mesas y un salón. Todavía no había nadie. Nos pedimos unos vinos y unos mejillones, pero como todavía era temprano no los tenían preparados. Tardaron unos 15 minutos en traerlos. Mientras tanto nos llevamos otra sorpresa, ¡otra vez apareció Roberto! Se quedó un rato y volvió a marcharse, ya no lo volveríamos a ver. Bueno, cuando trajeron los mejillones no duraron un suspiro, estaban requetebuenos.



Ya teníamos todos la sensación de despedida en el cuerpo pero no por ello estábamos menos alegres. Estábamos dispuestos a aprovechar y disfrutar cada minuto que nos quedara juntos. Hicimos una especie de despedida muuuuy larga, esta noche no hay que recogerse a las 10.



Después del Gato Negro entramos a otro bar un poco más abajo. Seguíamos con los vinos, las cervezas y las tapitas. Joan había ido a recoger a su amiga Inma y los dos llegaron al rato. Ya te dije que Inma venía haciendo el camino desde Sarria. Venía bastante fastidiada porque algún bicho le había picado por las piernas y las tenía llenas de ampollas y rojeces que le dolían un montón, así que se fue pronto a descansar. De este bar saltamos a otro y de ahí a otro y a otro hasta que estábamos ya bastante piripis.



A eso de las 11 ya estábamos camino del albergue, más felices que las perdices. Goyo y Chusmari se escabulleron un poco antes, eran los primeros en partir muy temprano, y creo que quisieron evitar tristes despedidas. David y Javi, los benjamines del grupo tenían cuerpo y ganas de juerga, así que se quedaron para buscar la “marcha” nocturna de Santiago. El resto, a dormir. De cómo llegamos al albergue y nos acostamos me acuerdo de forma borrosa…




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