14 de septiembre de 2012

Etapa 5. O Mesa-Castro. 20,5 km.




La gente empezó a levantarse muy temprano. Nosotros nos tomamos un desayuno (ahora tenemos 10 Km. sin nada), nos preparamos los pies y las mochilas y partimos dirección Castro.

La salida de La Mesa es un cuestón de 1 Km. por la carretera en que subimos 200 m, un 20% de pendiente...

Después de subir un cuestón a la salida de La Mesa, al llegar al punto más alto nos encontramos este mar de nubes
 Vamos viendo amanecer mientras nuestros pasos se dirigen hacia los enormes molinos de viento y llegando arriba, a Buspol, la vista se pierde por las montañas que emergen de un denso mar de nubes.


Pasada la aldea de Buspol está esta pequeña y rústica iglesia de Santa Marina de Buspol, de la que este año ha desaparecido su campana del año 1327, ya estaría muy viejita...

Esta parte del camino es preciosa. Detrás de enormes lajas de piedra que hacen de cercado, sobre el mar de nubes empieza a dar el sol
Tomamos un camino de tierra y ya todo es bajar, unos 9 Km., en la que dicen que es la bajada más larga de todos los caminos de Santiago. Lo cierto es que con la vista de las nubes ahí abajo vamos como hipnotizados.
El sol empieza a dar en las montañas y van tomando un color rosado que parece calentarnos el cuerpo.


¡Pero qué grupo más majo! Una breve parada para sonreir a la cámara mientras seguimos bajando,y es que siempre estamos de buen humor...

 Al poco nos adentramos en un bonito bosque de coníferas que crecen entre oscuras y puntiagudas rocas, envueltos en el mar de nubes. Sobre una ladera rocosa hay una curiosa construcción, un muro alto de piedra con forma circular que al parecer se usaba para proteger los panales de miel de los osos, y que por aquí lo llaman “cortín”.


Un "cortín" junto al camino
 
Después de dejar la pista de piedra nos metemos en un bosque de coníferas que crecen entre rocas envuelto en nubes

La sensación de bajada se acentúa y vemos las primeras perspectivas del embalse de Grandas de Salime, en el fondo de un profundo valle, por donde algún día corrieron libres las aguas del río Narcea.


Ya se puede ver el embalse, a bajar y bajar, la bajada más larga de todo el primitivo

Después dejamos el bosque de pinos y entramos en un bosque de castaños, en un terreno con una fortísima pendiente, pero el camino va serpenteando de manera que se hace muy llevadero y a la vez precioso.


Dejamos el bonito bosque de pinos y ahora entramos en otro todavía más bonito, esta vez de castaños.

El camino se estrecha y baja en un continuo zig-zag

Este es otro bosque encantado...

Vuelve a ser un camino como encantado, de un verde vivo donde reina el silencio. Sin darnos cuenta llegamos a la carretera que bordea la presa. Nos acercamos a una puerta metálica que da acceso al mirador de La Ballena, desde donde decían que la había inaugurado el generalísimo...


Estamos llegando al embalse. Aquí los caminantes posan ya un poco más cansadillos en el Mirador de la Ballena

La presa de Salime inunda bajo sus aguas 5 pueblos, entre ellos Salime, y en su día fue la más grande del país. También se pueden visitar las instalaciones concertando previamente una cita. En la sala de turbinas hay un gran mural realizado por el arquitecto de la presa, Joaquín Vaquero y su hijo, Joaquín Vaquero también.


Este embalse fue en su día el más grande del país


A mí todas las presas me dan pena, porque me imagino el desarraigo que significaría para todos los habitantes de ese territorio tener que abandonar sus casas, sus pueblos, ver semejante transformación de su entorno vital, más en esta zona tan bonita, con esos montes tan escarpados llenos de árboles, todo en aras del progreso, para producir electricidad.


Por aquí transcurren las aguas del río Narcea. A la derecha, en la montaña se puede ver el Hotel-Restaurante Grandas, que tiene una terraza con unas bonitas vistas al pantano

De pronto, como en un eco lejano, oímos la risa de Goyo, inconfundible, ya deben estar cerca. Y tan cerca, en menos de 10 minutos nos juntamos otra vez con Alberto, David, Joan y Goyo.

Nos encaminamos al Hotel Grandas, a darnos un merecido homenaje después de 10 Km. El hotel está subiendo una cuesta desde el nivel de la presa. Tiene una amplia terraza desde donde se divisan la presa y las montañas cubiertas de árboles.




Tuvimos que esperar un rato hasta que llegó el pan, entonces pedimos unos bocatas que eran inmensos. Nos sentamos en la terraza, al solecito de ese día tan estupendo, acompañados de Bocas, el perro del hotel, un mastín enorme y muy manso, deseoso de comer un bocado de nuestro menú. Al poco llegaron los alemanes y Peter, el holandés, que, aunque no vamos juntos, siempre nos alegramos mutuamente de encontrarnos.




Para nuestra sorpresa también divisamos a lo lejos a “Berlino”, subiendo la dura cuesta a lomos de su básica bicicleta. ¡Que rato más bueno echamos!, lo mejor es que como el lugar donde hemos decidido alojarnos hoy en Castro es un albergue privado, hemos reservado ya las plazas para los 10, y vamos la mar de tranquilos sabiendo que no tendremos problemas de alojamiento.


 
Esa es una de las ventajas de los albergues privados sobre los públicos, la posibilidad de reservar, y eso también tiene su precio. 

Continuamos marcha, nuestro grupo en retaguardia a ritmo de Mica, que va bastante fastidiada.



Después de unos 4 kms de carretera, un poco de camino por el bosque no viene mal, aunque sea con un poco de subida, queda un km y medio para Grandas de Salime

Llegamos a  Grandas a la 1:30 y en cuanto entramos al pueblo vimos el Museo Etnográfico y nos metimos del tirón. Allí estaban el resto de los compañeros. Pagamos 1,5 que costaba la entrada y nos dijeron que la visita es guiada, dura unas 2 horas, pero como pronto van a cerrar, nos lo explicarán todo rápidamente y si queremos podemos volver a las 4 con el mismo ticket.


Museo Etnográfico de Grandas


Yo ya había leído que este museo merecía la pena, pero no me podía imaginar lo chulísimo que es. ¡No te lo puedes perder! Está todo recreado a la perfección y se van los ojos detrás de cada detalle, que son muchos.


Recreación de un bar-tienda

Para la partidita de cartas...

Por lo visto se inició a partir de la colección de un vecino, Pepe el Ferreiro, y luego fueron aportando otros particulares y administraciones, hasta el día de hoy, que lo administra un consorcio. Fueron muy amables y salimos más tarde de las 2, que es la hora de cierre.








Un poco más allá del Museo está la Colegiata de San Salvador, muy sobria y robusta, y en su lateral sombreado el bar Centro, donde nos paramos porque la hora ya lo requería. No se cuantos Acuarius nos tomamos, y cervezas fresquitas, de las tapitas la verdad es que no me acuerdo. También recuerdo que llegaron otra vez los alemanes, Peter y Manfred, y también apareció Roberto, que desaparece y aparece en los mejores momentos.


Iglesia de San Salvador, con sus robustos arcos de piedra.

Justo al lado de la iglesia está el bar Centro, y justo allí fue donde paramos a tomarnos cientos de Acuarius y algunas cervezas
A eso de las 3 hemos salido para el albergue de Castro, a unos 5 Km. Hacía bastante calor, yo creo que el día que más, pero después de una subida inicial, lo demás es bastante llano, combinando carretera y caminillos.



Cuando hemos llegado, nos ha atendido Sandra, la dueña del albergue, muy agradable, y nos ha explicado el funcionamiento. Este albergue está ubicado en una antigua escuela y tiene 2 plantas. Lo primero ha sido que cojamos cama. Las habitaciones están en la planta alta y son de 4 plazas, 2 literas por cuarto y un baño para cada cuarto, una maravilla. Todo rezuma limpieza.
Hay sábanas, edredones, toallas para cada uno, ¡qué bien, no hay que sacar la mitad del equipaje!, ni los sacos ni la toalla. Y el sitio es supertranquilo, en medio de unos suaves prados y muy pocas casas. Eso sí, cuesta 13 euracos, más caro que Herminia, pero la relación precio-calidad es buena, y si no, siempre podemos quejarnos, cosa que en uno público, por 5 euros...está feo.

Hemos venido todos menos los alemanes, que se han quedado en Grandas. Sandra nos da unos cestos para que echemos la ropa sucia.
Ella pone la lavadora y tiende la colada, luego nos la vuelve a poner limpia y seca en el cesto ¡un lujazo! Parece mentira, una no es melindrosa y está más que acostumbrada a las faenas domésticas, pero que después de una caminata de casi 30 Km. tengas que ducharte a toda prisa para lavar la ropa y tenderla pronto y que le de tiempo a secarse para el día siguiente, te roba tiempo de descanso o de escribir, o de charlar, en fin, que se agradece un montón ese pequeño lujo que costaba 1,20 por cabeza.




Después de ducharnos y acomodarnos, nos repartimos por los alrededores del albergue. La mayoría nos pedimos unas cervezas en el bar que hay junto a la recepción que a la vez es comedor. Allí nos atendió el marido de Sandra, Juan, y nos selló las credenciales. Había “acodado en la barra del bar” un paisano con alguna copa de más y muchas ganas de hablar. Nosotros estábamos fuera, al sol de la tarde. Se estaba muy bien sin hacer nada, solo charlando o contemplando las moscas.
Como también tienen conexión a Internet y un ordenador, de pago, algunos también aprovecharon para ver los correos o navegar un rato.
Joan se perdió de vista y cuando llegó, bastante rato después, nos dijo que había ido al Chao Samartín, un poblado prehistórico, de la Edad de Bronce y próspera capital administrativa bajo dominio romano, pero estaba ya cerrado. De todas formas he leído que para visitar las ruinas hay que concertar cita en el Museo.

La tarde pasó muy apacible en los pocos metros a la redonda que nos movimos, las mesas de la terraza del albergue y los bancos adosados a los muros de la iglesia que hay junto al albergue. 
 

Justo al lado del albergue está la iglesia, que más bien es una ermita. El edificio del albergue es la antigua escuela.

La cena nos la preparaban allí, 9 euros menú completo,  7 medio menú.
El completo consistía en sopa de ave o ensalada, pollo guisado o sardinas asadas, postre y café, con vino y agua. Nosotros tomamos medio menú, todo menos la sopa.
La comida estaba muy buena. Estábamos todo el grupo, los 10, y dos parejas francesas. Esa noche creo que no hicimos ni fotos, no se si por lo cansados que estábamos o por lo relajados ante la perspectiva de las camas tan confortables que nos esperaban.

Antes de irnos a dormir nos informó de que desde septiembre el desayuno se pone a a partir de las 8, que es la hora a la que ellos llegan, porque ya amanece más tarde, y que nos harían el favor de venir un poco antes para que a las 8 en punto estuviese todo ya listo.
También nos podía dejar el desayuno en bandejas en la puerta de los cuartos, pero todo en termos y sin mesa de apoyo. Preferimos bajar a las 8, así que no tenemos que madrugar mucho.

En nuestro cuarto somos tres, Fernando, Javi y yo, y esta vez la noche ha sido muy tranquila.

Para mí lo más bonito del día ha sido la bajada al embalse por el silencioso bosque de castaños. Ha sido el momento mágico del día.


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